En la vida, a menudo nos encontramos deseando cosas que, desde nuestra perspectiva, parecen lo mejor. Anhelamos alcanzar metas, posesiones o relaciones que creemos necesarias para nuestra felicidad o bienestar. Sin embargo, muchas veces lo que queremos no es lo que realmente nos conviene. Esto puede ser difícil de aceptar, pero la sabiduría divina nos enseña que no siempre entendemos lo que es verdaderamente bueno para nosotros.
Esta lección la encontramos reflejada una y otra vez en las Escrituras, donde Dios, en su Amor y Sabiduría, guía a su pueblo por caminos que a menudo no parecen ser los más fáciles o deseados, pero que resultan ser los mejores.
Nuestra perspectiva limitada
Uno de los principales motivos por los que caemos en el error de desear cosas que no nos convienen es nuestra perspectiva limitada. Vemos el presente y anhelamos satisfacer nuestras necesidades inmediatas. Pero Dios, en su infinita sabiduría, ve el panorama completo. Como dice Isaías 55:8-9:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.
Este pasaje nos recuerda que, aunque no siempre comprendamos por qué ciertas cosas no suceden como queremos, Dios tiene un propósito mayor. Al confiar en su voluntad, estamos reconociendo que Él conoce lo que es mejor para nosotros, incluso cuando no lo vemos de inmediato.
Ejemplos bíblicos de deseos que no convenían
En la Biblia, hay muchos ejemplos de personajes que deseaban algo que parecía bueno a sus ojos, pero que no les convenía. Uno de estos ejemplos es el pueblo de Israel en el desierto, cuando clamaban por regresar a Egipto, deseando lo que les resultaba familiar, a pesar de que había sido un lugar de esclavitud (Números 14:2-4). Su deseo no consideraba el plan de libertad y prosperidad que Dios tenía preparado para ellos. Aunque les parecía que volver atrás les traería seguridad, Dios sabía que lo mejor para ellos estaba en seguir adelante hacia la tierra prometida.
Otro ejemplo lo encontramos en el joven rico que se acercó a Jesús preguntándole qué debía hacer para heredar la vida eterna (Marcos 10:17-22). Él deseaba la salvación, pero no estaba dispuesto a soltar sus riquezas. Lo que él pensaba que era indispensable para su vida terrenal resultó ser el mayor obstáculo para su bienestar espiritual. Este joven tenía que aprender que la verdadera satisfacción no está en las posesiones materiales, sino en seguir a Cristo con todo el corazón.
Cuando nuestros deseos nos apartan del propósito de Dios
El deseo de satisfacer nuestros propios anhelos puede convertirse en un obstáculo para cumplir el propósito de Dios en nuestras vidas. A veces nos encontramos persiguiendo cosas que parecen buenas a los ojos del mundo: éxito, popularidad, reconocimiento, comodidad material. Sin embargo, si estos deseos se interponen en nuestra relación con Dios o nos alejan de su propósito, podemos terminar perdiendo lo más importante.
En Proverbios 14:12 se nos advierte:
“Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte”.
Este versículo subraya la importancia de no dejarnos guiar solo por lo que deseamos o por lo que parece correcto según nuestra lógica, sino de buscar siempre la dirección de Dios en todo lo que hacemos.
El apóstol Pablo también habla de esto en su carta a los Corintios, cuando afirma:
“Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica” (1 Corintios 10:23).
Esto nos invita a reflexionar sobre nuestras decisiones, preguntándonos si lo que deseamos realmente edifica nuestra vida espiritual y nos acerca más a Dios.
Aprender a confiar en la voluntad de Dios
Aceptar que lo que queremos no siempre es lo que nos conviene requiere una gran dosis de humildad y confianza en Dios. Nos invita a soltar el control y a rendirnos a su soberanía, reconociendo que su plan es mejor que el nuestro. Como dice Romanos 8:28, “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. Incluso cuando no entendemos por qué ciertos deseos no se cumplen, podemos confiar en que Dios está obrando para nuestro bien.
La oración es una herramienta poderosa en este proceso. A través de la oración, podemos llevar nuestras inquietudes, deseos y preocupaciones ante Dios, pidiendo que nos guíe hacia lo que realmente nos conviene. Jesús mismo nos dio el ejemplo en el jardín de Getsemaní, cuando oró:
“Padre, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39).
Este acto de entrega nos enseña a rendir nuestra voluntad a la de Dios, confiando en que su plan es perfecto.
Vuelve tus deseos hacia Dios
El verdadero desafío está en alinear nuestros deseos con la voluntad de Dios. En lugar de anhelar lo que el mundo ofrece, debemos buscar las cosas de arriba, como nos exhorta Colosenses 3:2. Esto no significa que debamos rechazar por completo los deseos humanos o las bendiciones terrenales, sino que debemos estar dispuestos a dejarlos en manos de Dios y permitir que sea Él quien determine lo que es mejor para nosotros.
Cuando nuestro mayor deseo es agradar a Dios, nuestra vida se alinea con su propósito. Como dice el Salmo 37:4:
“Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón”.
Esto no significa que Dios nos dará todo lo que queramos, sino que, al buscarlo a Él, nuestros deseos se transformarán y serán conforme a su voluntad.
Una vida plena en los propósitos de Dios
La clave para vivir una vida plena y satisfecha no está en obtener todo lo que queremos, sino en confiar en que Dios sabe lo que necesitamos. Al rendir nuestros deseos a Él y buscar su dirección, descubrimos que lo que realmente nos conviene no siempre es lo que esperábamos, pero sí lo que nos lleva a una vida más abundante y centrada en su propósito.
Dios, en su infinito amor, nos guía hacia lo que realmente nos hará crecer y florecer en su Reino. Sólo al confiar en su voluntad podemos experimentar la paz y la satisfacción que provienen de saber que estamos caminando en sus caminos, los cuales siempre son mejores que los nuestros.
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