Tiempo de Gracia

Tiempo de Renovación

En la vida, constantemente enfrentamos cambios, algunos visibles como las estaciones del año, otros internos y profundos que nos transforman desde el corazón. El otoño, con sus hojas que caen y su aire de renovación, nos recuerda cómo Dios actúa en nosotros. Así como la naturaleza pasa por un proceso de cambio para prepararse para una nueva etapa, nuestras vidas también necesitan ser renovadas. No se trata solo de adaptarse a las circunstancias, sino de permitir que Dios haga algo nuevo en nuestro ser.

 “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” 2 Corintios 5:17 (NVI)

Dios, en su infinita sabiduría, nos llama a una transformación que va más allá de lo superficial. No se trata solo de cambiar conductas o hábitos, sino de una renovación profunda de nuestra mente y corazón. En su Palabra nos invita a no conformarnos a las costumbres de este mundo, sino a dejar que Él transforme nuestro pensamiento y, en consecuencia, nuestras vidas. Cada vez que nos alejamos de lo que el mundo nos dicta, y nos acercamos a lo que Dios quiere para nosotros, experimentamos una verdadera transformación. Él nos llama a algo nuevo, algo que va más allá de nuestros planes y expectativas.

El cambio no es algo fácil. Al igual que en el otoño, cuando los árboles se desprenden de sus hojas, en nuestra vida a veces necesitamos dejar atrás lo que ya no nos sirve, lo que nos pesa o lo que nos mantiene estancados. Este proceso puede ser doloroso, pero es necesario para abrir paso a lo nuevo que Dios quiere hacer. Él nos asegura que lo que viene es mejor, aunque en el momento no lo entendamos. Dios nos ha prometido que en medio de lo que parece desierto, Él abrirá caminos y traerá ríos en medio de la soledad.

 “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.” Salmo 51:10 (NVI)

Así como el cuerpo necesita descanso y renovación diaria, nuestro espíritu también debe ser renovado constantemente. Esta renovación no es algo que sucede de manera automática o de una vez para siempre. Es un proceso continuo, día a día, donde necesitamos buscar a Dios, escuchar su voz y permitir que su Palabra transforme nuestro interior. Cuando abrimos nuestro corazón a la renovación diaria por medio de la comunión con el Espíritu Santo, nos fortalecemos y experimentamos una transformación que no solo cambia nuestra mente, sino también nuestras acciones y nuestras relaciones.

La historia de hombres y mujeres en la Biblia que experimentaron esta renovación nos sirve como ejemplo. Pablo, por ejemplo, tuvo una transformación radical al encontrarse con Cristo. Su mente, antes enfocada en la ley y el castigo, fue renovada por la gracia y el amor de Dios. De igual manera, nosotros estamos llamados a permitir que el Espíritu Santo transforme nuestros pensamientos, actitudes y acciones, para que se alineen con la voluntad de Dios.

 “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” Efesios 4:22-24 (NVI)

En medio de un mundo cambiante, lleno de distracciones y corrientes que nos alejan de la verdad, Dios nos llama a renovar nuestra mente y corazón. Este llamado no es opcional. Es un mandato que nos invita a vivir una vida diferente, enfocada en lo que es verdadero, justo y digno de alabanza. Al renovar nuestra mente, comenzamos a ver la vida desde la perspectiva de Dios, dejando de lado las influencias del mundo y enfocándonos en lo que es agradable a Él.

La renovación espiritual no es un evento único. Es un proceso continuo en el que debemos involucrarnos activamente. Dios nos llama a despojarnos de lo viejo, de lo que no agrada a Él, y a vestirnos de una nueva naturaleza, creada a su imagen. Este proceso de renovación nos hace más semejantes a Cristo, nos fortalece y nos prepara para enfrentar las dificultades con una nueva perspectiva.

A medida que avanzamos en este proceso de transformación, es fundamental recordar que no lo hacemos por nuestras propias fuerzas. La renovación verdadera viene del Espíritu Santo. Es Él quien nos da la fuerza y la gracia para dejar atrás lo que ya no sirve y abrazar lo nuevo que Dios tiene para nosotros. Esta transformación es un regalo de la misericordia de Dios, no algo que podamos ganar por nuestras acciones.

El otoño nos invita a reflexionar sobre el poder del cambio y la renovación en nuestra vida espiritual. Que, en esta temporada, podamos rendir nuestras mentes y corazones a Dios, permitiendo que Él nos transforme según su voluntad. Así como las hojas caen y la naturaleza se prepara para lo nuevo, dejemos que el Espíritu Santo obre en nosotros, renovando nuestro ser y acercándonos más a Cristo.

 

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